Egberto de Tournai y el leviatán de Fisterra

Fisterra, 5 de setembro de 2021

Para contar esta historia hay que remontarse a la segunda mitad del siglo XII, cuando Don Gaiferos coincidió en Fisterra con Egberto de Tournai, el trovero que le ayudó a llegar a Santiago de Compostela.

Fisterra es el lugar donde acaba la antigua tierra conocida, una gran lengua rocosa con forma de puñal que apunta al mediodía. Al este del cabo puede observarse el amanecer, la luz salvadora que viene de Oriente emergiendo a espaldas del Monte Pindo, la montaña mágica de la Costa da Morte. Al otro lado, en el Poniente, está el horizonte del fin del mundo, el dominio de los monstruos marinos y el lugar donde se esconde la Isla de San Brandán.

Manuel Murguía publicó en 1888 el conocido como Romance de Don Gaiferos, la transcripción de un romance del siglo XIII de origen popular. Don Gaiferos de Mormaltán, el protagonista, no es otro que Guillermo X de Aquitania, un noble francés que murió en 1137 tras finalizar su última peregrinación a Santiago de Compostela.

En un verso del romance aparece mencionado un trovero que ayuda a Don Gaiferos. Los troveros eran los poetas que cantaban en lenguas de oïl, las lenguas romances originarias de los territorios de la Francia septentrional y también de Bélgica. El encuentro entre Don Gaiferos y Egberto de Tournai se produce en la Ermita de San Guillerme, en el alto del cabo Fisterra. Cuenta la tradición que los romanos encontraron en ese lugar un altar al sol construido por los fenicios, el Ara Solis, que fue destruido poco después del descubrimiento por orden del Apóstol Santiago. Allí, en la ermita, es donde malvive nuestro trovero valón mientras intenta ver cetáceos y componer poemas, algo que conocemos por la saloma popular que lleva su nombre. Egberto de Tournai, a diferencia de Don Gaiferos, peregrina a Fisterra porque quiere llegar al Fin del Mundo para trabajar en la nueva profesión de la época: la caza de ballenas. Primero viaja desde Tournai hasta el Cap de Creus y finaliza su peregrinación en el extremo contrario de la península ibérica. Pero Egberto no tiene la fuerza que se requiere para el lanzamiento de arpones ni la vista que se necesita para ser atalayero, por lo que acaba ganándose la vida como trovero del Camino de Santiago. Pese a eso, Egberto no pierde la esperanza de cazar algún día un leviatán, así que una mañana de noviembre de 1145, cuando empezaba a levantarse la niebla, ve un gran cachalote asomando el lomo cerca de la costa. Baja corriendo el acantilado golpeándose contra las rocas y, antes de lanzarse al mar, guarda bajo la lengua un pequeño trozo de espermaceti, el secreto de los grandes cetáceos para flotar en los océanos. Egberto muere ahogado, naturalmente. El gran cachalote que había visto desde la ermita resultó ser una pequeña formación rocosa junto al cabo, el islote Centolo.

Ésta es la historia que conté ayer por la mañana durante un paseo entre la iglesia de Santa María das Areas y el faro de Fisterra. Aparecieron por aquí unos cuantos amigos para acompañarme en esta acción que decidí titular Inventio. La inventio es la primera parte de un discurso retórico, cuando se establecen sus contenidos, pero lo más frecuente en estas latitudes es vincular esta palabra al hallazgo del sepulcro del Apóstol Santiago El Mayor en Compostela. De hecho, inventio puede referirse tanto a un descubrimiento como a una invención, una ficción narrativa. Nos contamos historias desde la noche de los tiempos porque la ficción es uno de los instrumentos del pensamiento más sofisticados que tenemos para transmitir conocimiento, ya que nos permite falsear la realidad con el objetivo de descubrir la verdad. Y es que Egberto de Tournai nunca peregrinó a Fisterra, nunca ayudó a Don Gaiferos y el romance que cuenta su historia probablemente fue una invención de Murgía. Pero ayer, al final del camino, después de una hora dirigiendo nuestros pasos hacia el fin del mundo, ninguno de nosotros vio aquel islote junto al cabo, vimos un leviatán: el leviatán de Fisterra.

 

Consultar el libreto de la acción [PDF]

Créditos de la imagen: San Brandán sobre el lomo de una ballena, Honorius Philoponus (Caspar Plautius) – Nova typis transacta navigatio: Novi Orbis Indiæ Occidentalis (Lynz, 1621)

 

 


English

 

Egbert of Tournai and the leviathan of Fisterra

Fisterra, September 5th, 2021

To tell this story we must go back to the second half of the 12th century, when Don Gaiferos met Egbert of Tournai in Fisterra, the trouveur who helped him to reach Santiago de Compostela.

Fisterra is the place where the ancient known land ends, a large rocky tongue shaped like a dagger pointing to the south. To the east of the cape you can see the sunrise, the redeeming light coming from the East emerging behind Monte Pindo, the magic mountain of the Costa da Morte. On the other side, in the west, is the horizon of the end of the world, the domain of the sea monsters and the place where the Saint Brendan’s Island hides.

Manuel Murguía published in 1888 the well known Romance of Don Gaiferos, the transcription of a 13th century romance of popular origin. Don Gaiferos de Mormaltán, the protagonist, is none other than Guillermo X of Aquitaine, a French nobleman who died in 1137 after finishing his last pilgrimage to Santiago de Compostela.

In one verse of the romance, the trouveur who helps Don Gaiferos is mentioned. The trouveurs were poets who sang in oïl languages, the Romance languages originated in the territories of northern France and Belgium. The meeting between Don Gaiferos and Egbert of Tournai takes place in the Hermitage of San Guillerme, at the top of Cape Fisterra. Tradition tells that the Romans found in that place an altar to the sun built by the Phoenicians, the Ara Solis, which was destroyed shortly after the discovery by order of the Apostle Santiago. There, in the hermitage, is where our Walloon trouveur survives while trying to see cetaceans and compose poems, something we know from the popular saloma that bears his name. Egbert of Tournai, unlike Don Gaiferos, goes on pilgrimage to Fisterra because he wants to reach the End of the World to work in the new profession of the time: whaling. He first travels from Tournai to Cap de Creus and ends his pilgrimage at the opposite end of the Iberian Peninsula. But Egbert does not have the strength required for spear-throwing or the eyesight needed to be a watchman, so he ends up making a living as a trouveur on the Camino de Santiago. Despite this, Egbert does not lose hope of hunting a leviathan one day, so one morning in November 1145, when the fog was beginning to rise, he sees a large sperm whale sticking out its back near the coast. He runs down the cliff, bumping against the rocks and, before diving into the sea, he keeps under his tongue a small piece of spermaceti, the secret of the great cetaceans to float in the oceans. Egbert, of course, drowns. The big sperm whale he had seen from the hermitage turned out to be a small rock formation off the cape, the Centolo islet.

This is the story I told yesterday morning during a walk between the church of Santa María das Areas and the lighthouse of Fisterra. A few friends showed up here to join me in this performance that I decided to call Inventio. Inventio is the first part of a rhetorical discourse, when its contents are established, but the most frequent in these latitudes is to link this word to the discovery of the tomb of the Apostle Santiago El Mayor in Compostela. In fact, inventio can refer to both a discovery and an invention, a narrative fiction. We have been telling ourselves stories since the dawn of time because fiction is one of the most sophisticated instruments of thought we have to transmit knowledge, since it allows us to falsify reality with the aim of discovering the truth. Egbert of Tournai never made a pilgrimage to Fisterra, never helped Don Gaiferos and the romance that tells his story was probably an invention of Murgía. But yesterday, at the end of the road, after an hour directing our steps towards the end of the world, none of us saw that islet next to the cape, we saw a leviathan: the leviathan of Fisterra.

 

Performance booklet [PDF]

Image credits: Saint Brendan on the back of a whale, Honorius Philoponus (Caspar Plautius) – Nova typis transacta navigatio: Novi Orbis Indiæ Occidentalis (Lynz, 1621)

 

 


Galego

 

Egberto de Tournai e o leviatán de Fisterra

Fisterra, 5 de setembro de 2021

Para contar esta historia hai que remontarse á segunda metade do século XII, cando Don Gaiferos coincidiu en Fisterra con Egberto de Tournai, o trobeiro que lle axudou a chegar a Santiago de Compostela.

Fisterra é o lugar onde remata a antiga terra coñecida, unha gran lingua rochosa con forma de puñal que apunta ó mediodía. Ao leste do cabo pode observarse o amencer, a luz salvadora que ven de Oriente emerxendo ás costas do Monte Pindo, a montaña máxica da Costa da Morte. Ao outro lado, no Poñente, está o horizonte da fin do mundo, o dominio dos monstros mariños e o lugar onde se agocha a Illa de San Brandán.

Manuel Murguía publicou en 1888 o coñecido como Romance de Don Gaiferos, a transcripción dun romance do século XIII de orixe popular. Don Gaiferos de Mormaltán, o protagonista, non é outro que Guillermo X de Aquitania, un nobre francés que morreu en 1137 tras rematar a súa derradeira peregrinación a Santiago de Compostela.

Nun verso do romance aparece mencionado un trobeiro que axuda a Don Gaiferos. Os trobeiros eran os poetas que cantaban en linguas de oïl, as linguas romances orixinarias dos territorios da Francia septentrional e tamén de Bélxica. O encontro entre Don Gaiferos e Egberto de Tournai prodúcese na Ermida de San Guillerme, no alto do cabo Fisterra. Conta a tradición que os romanos atoparon nese lugar un altar ao sol construído polos fenicios, o Ara Solis, que foi destruido pouco despois da descoberta por orde do Apóstolo Santiago. Alí, na ermida, é onde malvive o noso trobeiro valón mentres intenta ver cetáceos e compoñer poemas, algo que coñecemos pola celeuma popular que leva o seu nome. Egberto de Tournai, a diferencia de Don Gaiferos, peregrina a Fisterra porque quere chegar á Fin do Mundo para traballar na nova profesión da época: a caza de baleas. Primeiro viaxa dende Tournai ata o Cap de Creus e finaliza a súa peregrinación no extremo contrario da península ibérica. Pero Egberto non ten a forza que se require para o lanzamento de arpóns nin a vista que se precisa para ser atalaiero, polo que acaba gañándose a vida como trobeiro do Camiño de Santiago. A pesar diso, Egberto non perde a esperanza de cazar algún día un leviatán, así que unha mañá de novembro de 1145, cando comezaba a levantarse a néboa, ve un gran cachalote asomando o lombo perto da costa. Baixa correndo acantilado golpeándose coas rochas e, antes de lanzarse ao mar, garda baixo a língua un pequeno anaco de espermaceti, o segredo dos grandes cetáceos para flotar nos océanos. Egberto morre afogado, naturalmente. O gran cachalote que vira desde a ermida resultou ser unha pequena formación rochosa xunto ao cabo, o illote Centolo.

Esta é a historia que contei onte pola mañá durante un paseo entre a igrexa de Santa María dás Areas e o faro de Fisterra. Apareceron por aquí uns cuantos amigos para acompañarme nesta acción que decidín titular Inventio. A inventio é a primeira parte dun discurso retórico, cando se establecen os seus contidos, pero o máis frecuente nestas latitudes é vincular esta palabra ao achado do sepulcro do Apóstolo Santiago O Maior en Compostela. De feito, inventio pode referirse tanto a unha descoberta como a unha invención, unha ficción narrativa. Contámonos historias desde a noite dos tempos porque a ficción é un dos instrumentos do pensamento máis sofisticados que temos para transmitir coñecemento, xa que nos permite falsear a realidade co obxectivo de descubrir a verdade. E é que Egberto de Tournai nunca peregrinou a Fisterra, nunca axudou a Don Gaiferos e o romance que conta a súa historia probablemente foi unha invención de Murgía. Pero onte, ao final do camiño, despois dunha hora dirixindo os nosos pasos cara ao fin do mundo, ningún de nós viu aquel illote xunto ao cabo, vimos un leviatán: o leviatán de Fisterra.

 

Consultar o libreto da acción [PDF]

Créditos de la imagen: San Brandán sobre o lombo dunha balea, Honorius Philoponus (Caspar Plautius) – Nova typis transacta navigatio: Novi Orbis Indiæ Occidentalis (Lynz, 1621)