Celebremos a los artistas en vida

A Coruña, 25 de mayo de 2023

Es obvio que la muerte es un buen negocio en estas latitudes. Es estable, es rentable y solo en España mueve miles de millones de euros cada año entre gastos funerarios, entierros y crisantemos. Sí, en esta vida pagamos un dineral por todo, hasta por morirnos. Eso te lo puede contar cualquier autónomo al final del trimestre, pero esta carta no va de fiscalidad ni macroeconomía. Aunque cada vez me queden menos jardines por pisar, hoy quería meterme en otro bien distinto.

Cada semana en la que fallece un artista de relevancia, los fans llenamos las redes sociales de canciones y cuadros firmados por aquel que acaba de evolucionar a una nueva forma de vida, como dicen ahora los neocursis despiertos. Honramos con cierta torpeza esa intrincada melodía vocal o aquella superposición inexplicable de pinceladas que nos anudaron la garganta durante una tarde cualquiera porque sentimos que, de algún modo, también hablan de nosotros mismos y de nuestra forma de escuchar y mirar el mundo.

Mientras escribo esta carta acaba de dar otra vuelta más el segundo disco de Mark Lanegan, que murió hace un año y pico. El silbido y las primeras notas de The River Rise me devuelven a una mañana en la que me alejé caminando de Ourense hasta el cañón del río Lonia y, aunque regresé más días invernales por ese sendero junto a mi mujer, siempre buscando madroños con la mirada, esa canción me devuelve una y otra vez a aquel primer encuentro con esas inmensas rocas que retuercen el cauce del río desde hace siglos.

Naturalmente, nunca tuve oportunidad de decirle que el rasgueo de su guitarra se había trenzado para siempre con mi propia vida, pero estoy seguro de que no le habría importado escucharlo. Los artistas necesitamos retroalimentarnos de la experiencia genuina del público ante nuestro trabajo. No hacemos esto para nosotros mismos. Lo hacemos simplemente porque no podemos evitarlo, así que un gesto amable, una palabra de aliento, un reconocimiento o una mano tendida a tiempo puede ayudar a salir del pozo a más de uno.

Llevo más de una década en este oficio, así que he visto suficientes casos de músicos o pintores cuya genialidad solo fue celebrada con justicia cuando ya estaban bajo tierra. Celebrada y convenientemente empaquetada, exhibida y mercantilizada, como si todos hubiésemos sufrido un episodio de amnesia que nos hiciese olvidar los períodos en los que fueron apartados por los mismos que hoy se ofrecen como albaceas.

Hace unas semanas, mientras compartía mesa con un amigo profesor e historiador del arte, le confesé que echaba de menos que sus alumnos se acercasen con naturalidad a nosotros, los artistas. Después de pagar la cuenta le pedí que, si detectaba a un chaval ensimismado con melancolía ante la imposibilidad de charlar sobre pintura con un Velázquez de turno, lo empujase dentro de un taxi con destino al taller más cercano de alguno de mis compañeros de profesión.

Siempre es mejor ser puntual con una copa de vino que llegar a destiempo con una corona de flores, así que, mientras podamos, celebremos a los artistas en vida.

 

Foto: Tina Turner en 1967 (Baron Wolman Archive)